como las violetas tibias, arrinconadas del jardín,
He amado con la inocencia pura de los médanos,
acallando los rugidos de las fieras.
Extraño presidio, para la piel erizada de deseos
y los labios resecos de espera,
tan solo cansada, de acariciar inútilmente
las sombras ridículas de tu ausencia.
He buscado en la ciudad, perdida,
las huellas infinitas del olvido...
Pero solo he hallado el desencanto de la espera,
en esos días con palmas abiertas untadas de citas.
La verdad es el olvido, que guarda un nido destuído,
en el alto desamparo, como cristal herido.
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